Noche Infiel entre Concuños (Relato Erótico) by Velarde C

autor:Velarde, C.
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2022-05-15T00:00:00+00:00

Me dije que lo que estaba haciendo era una acción compensatoria. Un reparador de daños. Y me permití fantasear con mi concuño, y lo que pasaría si, de un momento a otro, me giraba, me arremangaba el vestido, le abría las piernas y le confesaba la verdad: que quería que me cogiera duro, muy duro… hasta hacerme bramar como una puta de verdad.

—Más duro… —verbalicé mi fantasía sin querer, y él suspiró.

Entendí que mi hombre prohibido había captado mi comentario, y aunque podría significar cualquier cosa (en ese juego de doble sentido) él se comportó como si de verdad me la estuviera metiendo en lo más hondo de mi útero.

—¿Así, mi gatita hermosa, así de duro? —me preguntó frotándome su sólido paquete en mi culo.

De pronto sentí cómo mi amante maniobraba detrás de mí, haciendo movimientos de apareamiento encima de mis nalgas, como si yo fuese su perra y él un semental que me estaba penetrando.

Desde luego, su masaje sobre la espalda también fue más intenso, que se supone que era lo que yo le estaba solicitando.

Y por inercia volví a gemir. Esta vez de forma más descarada. Y mi corazón comenzó a latir sin parar. Mi frecuencia cardiaca se volvió frenética, y mi respiración bastante densa y agitada.

—¿Te gusta…? ¿Te gusta? —oí su demoniaca voz varonil desde la distancia: ardorosa, perversa.

—S…í, me enca…nta —confesé sin límites, mostrándome cínica, sucia. Perversa también—… me fascinaaa…

Nuestros amores, los hermanos pelirrojos (su esposa y mi futuro esposo) estaban fuera, congregados en una larga mesa esperándonos para cenar.

Y nosotros sin llegar, porque él: mi fantasía sexual, mi gran pecado, estaba allí, encima de mi culo, restregándome su polla.

Y no sé cómo pasó, pero comencé a levantar mi culo a fin de sentir con mayor precisión su dureza, para indicarle que estaba caliente, que quería más, no sólo frotamientos. Me restregué a él, y él se friccionó más fuerte hacia mí, y continuó:

—¿Te gusta, mi niña traviesa?

—Sí… me encanta… papi…

—¿Quieres que pare?

—No, por favor… más… fuerte… dame más… duro…

—Eso es, mi pequeña, dime papi, me pone cachondo que me digas papi…

—¡Sí, papi… te siento muy duro sobre mis nalgas!

—¡Tus nalgas están muy grandes, mi niña traviesa, y no sabes cómo botan cuando les doy de cachetazos!

—¡Oh, sí, papi… te siento duro detrás de mí!

—¡Me pones duro tú, amorcito!

E incrementó sus movimientos de apareamiento. Sentí su cuerpo cada vez más pesado sobre mi culo, pues casi se había recostado sobre mí, y su respiración también se hizo densa y agitada.

—¡Ah, por Dios! —jadee—. ¡Así… así…!

—¿Te gusta, traviesita

—¡Ohh, sí…!

Era un descaro total.

Un descargo de ansias contenidas, al menos de mi parte. Y me volví a preguntar si este juego era real o sólo producto de mi imaginación o de una pérfida fantasía.

—Ufff… sí, sí… —Quise que escuchara mis gemidos, mis dolorosas plegarias.

Quise que me idealizara en una gran cama con sábanas blancas, recostada boca arriba, así como estaba ahora, con las piernas abiertas, y él encima de mí, metiéndomela.

—Lo sé, yo sé que te gusta, claro que lo sé —jadeó con un tono animalesco, violento, ávido.

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